11 de agosto de 2007

la personalidad antisocial de las cárceles


Personalidad antisocial: comportamiento crónico que viola los derechos de los demás, comienza antes de los 15 años, realiza actos incluso brutales y luego parece no sentir ningún remordimiento, fracaso persistente al realizar un trabajo. Trastornos de la personalidad (adaptado del Diagnostic and Statiscal Manual DSM-III, American Psychiatric Associations, APA, 1980).

Esto que sigue es la descripción de un experimento realizado en 1977 por Philip G.Zimbardo y sus colaboradores de la Universidad de Stanford (EE.UU.). Comprobaron la poderosa influencia de una situación y de la definición social de los roles dentro de esta situación (Zimbardo, Haney, Banks y Jaffe, 1977), para ello, reclutaron a 21 estudiantes universitarios emocionalmente estables, física y psicológicamente sanos, para tomar parte en un estudio sobre la vida en prisión.

Designaron al azar a 11 de ellos para actuar como vigilantes durante un período de dos semanas, y asignaron los otros 10 el papel de reclusos. Los “reclusos” fueron atrapados en un arresto-sorpresa, esposados, se les tomaron las huellas dactilares, fueron despiojados, se les dieron uniformes con números de identificación y se les puso en celdas de 2 metros por 3, sin ventanas y en el sótano de la universidad, que no estaba siendo utilizado. A los vigilantes se les distribuyeron uniformes de color caqui, gafas de sol reflectantes (para evitar el contacto visual con los reclusos), porros, silbatos, esposas y llaves. Las reglas que simulaban las restricciones y la despersonalización de la vida en prisión incluían que se exigiera a los reclusos obtener el permiso para escribir una carta, fumar un cigarrillo o ir al baño, y en muchos momentos se imponía silencio durante el día.

Los investigadores querían descubrir cómo reaccionarían estos voluntarios normales y sanos y sus respuestas nos darían las claves de la violencia en la vida real en prisión. Esto se cumplió de tal forma que tuvieron que liberar a 4 reclusos en los 5 primeros días y dar por finalizado el experimento por completo después de 6 días y 6 noches.

El experimento había funcionado demasiado bien. Estos dos grupos de voluntarios, que en un principio no presentaban personalidades distintas, desarrollaron rasgos relacionados con su condición de reclusos o vigilantes. Los cuatro reclusos liberados al principio sufrían depresión, ansiedad, y en uno de los casos, una erupción de tipo psicosomático en todo el cuerpo. Un recluso se declaró en huelga de hambre, otros se convirtieron en reclusos “modelo”, obedeciendo todas las órdenes por arbitrarias que fueran, otros cayeron en un profundo ensimismamiento.

Todos los vigilantes se volvieron autoritarios y abusivos en diversos grados. Algunos fueron “buenos chicos”, que hacían pequeños favores a los reclusos y se mostraban reacios a castigarles, y algunos eran “duros, pero justos”, haciendo estrictamente su trabajo tal como lo entendían. Sin embargo, un tercio de ellos, aproximadamente, actuaron de manera hostil, arbitraria y cruel, usando su nuevo poder para degradar y humillar a los reclusos. La forma más característica de actuar de los vigilantes hacia los reclusos era darles órdenes, amenazarles e insultarles. Los reclusos se fueron tornando pasivos, actuando y hablando cada vez menos, lo cual revertía en la atención en ellos mismos, comportándose según los clásicos modelos de indefensión aprendida.

Los investigadores se sorprendieron de “la relativa facilidad con la que podía también facilitarse una conducta sádica en personas normales, no sádicas, y por la cantidad de trastornos emocionales que aparecían en hombres jóvenes, seleccionados precisamente sobre la base de su estabilidad emocional”. El tipo de conducta anormal que se puso de evidencia durante aquellos 6 días parecía resultado directo del ambiente. En consecuencia, concluyen Zimbardo y sus colaboradores, “para cambiar la forma de comportamiento de los sujetos debemos descubrir los soportes institucionales que sustentan la conducta indeseable existente y después proyectar programas para alterar estos ambientes.

Aclarar que la Indefensión Aprendida se refiere a la convicción por parte de una persona de que ha perdido el control, de que nada de lo que haga reportará cambio alguno en ningún aspecto importante de su vida, por lo tanto desaparece toda motivación para intentarlo. Se muestran incapaces de aprender una respuesta que pudiera, de hecho, controlar el resultado; ya que probablemente el resultado será inmutable, traumático, tendrán miedo y caerán en una depresión.

Este experimento muestra con claridad las repercusiones físicas y principalmente psicológicas que padecen los individuos denominados en el experimento “reclusos”, además debemos tener en cuenta tres elementos: su participación voluntaria, conocen “lo irreal” de la situación y que se trata de un tiempo limitado; aún así, los diagnósticos encontrados son claros y sobrecogedores en un período de encierro reducido de 6 días. Es evidente, y nos estamos refiriendo a la actual situación de las personas presas en las cárceles del Estado Español, que el ser humano no debe asimilar tan alto nivel de violencia y crueldad de un igual, así se está llevando a cabo y la sociedad lo permite con su silencio.

Al hilo de este experimento, que no aprobamos como tal, en el que se somete a las personas a situaciones límite, se puede considerar y concluir diversas consecuencias que se están dando, de hecho, en seres humanos en cárceles reales. Mediante la utilización de métodos de castigo más duros que los expuestos en el experimento, y con una posibilidad de escape de esa situación prácticamente inexistente, agravada si cabe, por la exclusión a la que son sometidos por estar desfavorecido socio-económicamente, éstas personas padecen unas consecuencias psicológicas muy serias.

Desde la sociología y desde la psicología, no se sostiene este argumento, las repercusiones psicológicas de la encarcelación lejos de facilitar un desarrollo y crecimiento personal positivo, degradan, empobrecen, y dificultan enormemente a las personas que la sufren, obstaculizando su accesibilidad a la sociedad en condiciones adecuadas.

Deberíamos indagar e interrogarnos urgentemente sobre el estado de salud psíquica de la sociedad y de las personas que en ella vivimos. ¿Podemos permitir desde la comunidad que los gestores y administradores de justicia, de la ley y del castigo mantengan estas políticas, mientras nos hablan de reinserción y reeducación?. Maquiavélico asunto. Pedimos un poco de sensatez y de coherencia.

“Existen muchas maneras de matar: se puede apuñalar a alguien, dejarle morir de hambre, negarse a curarlo, condenarle a vivir en tugurios, conducirle al suicidio, hacerle trabajar hasta la muerte, o mandarlo a la guerra. Pocos de estos medios de exterminio están prohibidos en nuestra sociedad.”

Bertold Brecht

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