18 de agosto de 2007

centros de menores: cárceles puras y duras


La cárcel, es la respuesta que el estado viene dando desde hace muchos años a los problemas sociales de niños, niñas y jóvenes. Antes los llamaban reformatorios y ahora centros educativos, pero siempre son los mismos edificios, rodeados por muros y vallas, y vigilados por guardias de seguridad con perros.

La mayoría de los menores encerrados provienen de familias y ambientes con falta de recursos y las cárceles, si mas no, son una forma de castigar la pobreza, ya que pobres son la mayoría de las personas encerradas.

Bajo la denominación de “centros educativos” se camuflan verdaderas cárceles o psiquiátricos sin legitimidad científica ni jurídica. Las cárceles y psiquiátricos están sujetas, por lo menos en teoría, a un control jurídico y científico, así como a un control social a través de las familias, asociaciones y ciudadanos en general (y aún así se cometen abusos). Sin embargo, en estos centros, al estar emparados por una supuesta actividad protectora o educativa con menores, impera la clandestinidad, el secretismo y una licencia para actuar que justifica todo tipo de abusos.

El mayor abuso que se está cometiendo en esta política institucional es el de haber conseguido legitimar como método educativo lo que es un puro sistema de represión, de dominación, de sometimiento de los menores a un régimen de vida que ha unido lo paramilitar, lo carcelario y la modificación de conducta.

El modelo de convivencia (disfrazado como proyecto educativo) que impera en los centros de menores, es un modelo basado en el sometimiento a un férreo régimen disciplinario y a la represión de las conductas desviadas de este objetivo. Con ello se genera una dinámica circular donde al hipercontrol y la represión, los menores responden con nuevos y mayores sistemas violentos de defensa que a su vez justifican una respuesta de mayor violencia institucionalizada.

Al menor se le anula como persona, se le desnuda, se le cachea, se le vigila, se le espía, se le invade de reproches, de sentimientos de culpa... se le vacía, degrada y debilita para poder someterle al régimen de vida de la institución. Se le aísla en salas de catarsis (de 7 en 7 días como marca la ley), se le ata en camillas con correas o grilletes, se le inmoviliza con palos, gases paralizantes o se le atiborra de psicofármacos... son métodos de maltrato y tortura; y por más que pretendan, nunca podrán legitimarse como procedimientos educativos.

No puede haber proyecto educativo, aunque figure por escrito, porque el patrón que marca la vida cotidiana funciona a golpe de Reglamentos de Régimen Interno (arbitrarios, abusivos, invasivos y que atentan a derechos legítimos), a base de gritos, reproches, amenazas y sanciones.

No puede haber ni hay educación porque no hay relaciones ni vínculos personales, ni afectivos; solo hay vigilantes y vigilados, cuidadores y cuidados, dominadores y dominados.

No puede brotar educación sino odio y rencor cuando un menor es drogado y aislado y amordazado con el único objetivo de someterle.


11 de agosto de 2007

consecuencias del encarcelamiento en las personas presas


La cárcel es un mundo donde la persona se encuentra inmersa y que se le impone de golpe y porrazo (valga la redundancia) sin tiempo a adaptarse progresivamente.

La persona presa se encuentra privada de libertad e intimidad y sometida a un sistema jerarquizado muy autoritario. La reacción de la persona privada de libertad está en función de su propia subsistencia.

La cárcel se convierte en un lugar donde cada persona presa depende de sus propias fuerzas.

La vida en la cárcel conlleva penalidades añadidas a la privación de libertad pretendida por la ley. La cárcel produce consecuencias negativas sobre la vida personal, familiar y social de la persona que la padece. El hecho de vivir en la propia piel la tensión de verse castigada y rechazada por su sociedad y por los suyos hace que muchas personas presas pierdan un gran valor humano: la confianza en las personas. Muchas personas presas padecen crisis en su sistema de valores sociales, morales, políticos, religiosos, familiares, etc. Y también hay muchas personas presas que padecen un enfrentamiento traumático entre el sistema de valores humanos y el de la sociedad que las castiga.

La persona presa también vive una angustia por la preocupación familiar. Les preocupa la confianza de los suyos hacia ella, le tortura la posible separación de la persona querida, las posibles rupturas familiares. La familia resulta muchas veces gravemente penosa por la sociedad y por su sistema de privación de libertad.

Además, desde que la persona ingresa en prisión es rechazada por la sociedad, hecho que provoca efectos negativos de cara a su reinserción posterior.

Por lo tanto, la cárcel aparece vista de cerca como una institución que simplemente tranquiliza al ciudadano que se queda fuera en la calle, pero martiriza y degrada (incluso mata) a la persona que ingresa.

Consecuencias del cese de los contactos sociales:

¿Qué inspiración puede lograr una persona presa para trabajar por el bien común, privado como está de toda conexión con la vida exterior? Por un refinamiento de crueldad, quienes planearon nuestras cárceles hicieron todo lo posible por cortar toda relación del preso con la sociedad. Los filántropos han llegado a veces a desafiar la naturaleza humana hasta el punto de impedir a un preso escribir algo más que su firma en un impreso. La mejor influencia a que un preso podría someterse, la única que podría aportarle un rayo de luz, un soplo de cariño en su vida (la relación con los suyos) queda sistemáticamente prohibida.

En la vida sombría del preso, sin pasión ni emoción, se atrofian enseguida los buenos sentimientos. Los trabajadores especializados que amaban ese oficio pierden el gusto por el trabajo. La energía corporal se esfuma lentamente. La mente no tiene ya energía para fijar la atención; el pensamiento es menos ágil, y, en cualquier caso, menos persistente. Pierde todo, a la falta de impresiones variadas. En la vida ordinaria hay miles de sonidos y colores que estimulan la actividad del cerebro. Esto no sucede con los sentidos de los presos. Sus impresiones son escasas y siempre las mismas.

La teoría de la fuerza de voluntad:

Hay otra importante causa de desmoralización en las cárceles. Todas las transgresiones de las normas morales aceptadas pueden atribuirse a la falta de voluntad fuerte. La mayoría de los habitantes de las cárceles son gentes que no tuvieron fuerza suficiente para resistir las tentaciones que les rodeaban o para controlar una pasión que les arrastró momentáneamente. En las cárceles, como en los conventos, se hace todo lo posible para matar la voluntad del hombre. No se suele tener la posibilidad de elegir entre dos opciones. Las raras ocasiones en que se pueden ejercitar la voluntad son muy breves. Toda la vida del preso está regulada y ordenada previamente. Sólo tiene que seguir la corriente, que obedecer so pena de graves castigos.

En estas condiciones, toda la fuerza de voluntad que pudiese tener al entrar desaparece. ¿Y dónde buscar fuerzas para resistir las tentaciones que surjan ante él, como por arte de magia, cuando salga de entre los muros de la cárcel? ¿Dónde encontrará la fuerza necesaria para resistir el primer impulso de un arrebato de pasión, si durante años se hizo lo posible por matar esa fuerza interior, por hacerle dócil instrumento de los que le controlan? Ese hecho es, en nuestra opinión, la condena más terrible de todo el sistema penal basado en privar de libertad al individuo.

Es claro el motivo de esta supresión de todo sistema penitenciario. Nace del deseo de guardar el mayor número de presos posibles con el menor número posible de guardianes. El ideal de los funcionarios de prisión sería millares de autómatas, que se levantasen, trabajasen, comiesen y fuesen a dormir controlados por corrientes eléctricas accionadas por uno de los guardianes. Quizás así se ahorrase presupuesto, pero nadie debería asombrarse de que esos hombres, reducidos a máquinas, no fuesen, una vez liberados, tal como la sociedad los desea.

El efecto de las ropas y de la disciplina en la cárcel:

Todo el mundo conoce la influencia de la ropa decente. Hasta un animal se avergüenza de aparecer ante sus semejantes si algo le hace parecer ridículo. Si pintan a un gato de blanco y amarillo no se atreverá a acercarse a otros gatos. Pero los hombres empiezan por entregar una vestimenta de lunático a quien afirman querer reformar.

El preso se ve sometido toda su vida de prisión a un tratamiento que indica un desprecio absoluto por sus sentimientos. No se concede a un preso el simple respeto debido a todo ser humano. Es una cosa, un número, y como a cosa numerada se le trata. Si cede al más humano de todos los deseos, se le culpa de falta de disciplina.

Y los que no se someten lo pasan mal. Si verse registrado le resulta humillante, si no le gusta la comida, si muestra disgusto porque el guardián trafica con tabaco, si divide su pan con el vecino, si conserva aún la suficiente dignidad para enfadarse por un insulto, si es lo bastante honrado para sublevarse por pequeñas intrigas, la cárcel será para él un infierno. Se verá abrumado de trabajo o le meterán a pudrirse en confinamiento solitario. La más leve infracción de disciplina significará el castigo más grave. Y todo castigo llevará a otro. Por la persecución le empujarán a la locura. Puede considerarse afortunado si no deja la cárcel en un ataúd.

El llamado duelo del cuerpo, en las personas presas:

Nauseas, Palpitaciones, Opresión en la garganta, el pecho, Nudo en el estómago, Dolor de cabeza, Pérdida de apetito, Insomnio, Fatiga, Sensación de falta de aire, Punzadas en el pecho, Pérdida de fuerza, Dolor de espalda, Temblores, Hipersensibilidad al ruído, Dificultad para tragar, Oleadas de calor, Visión borrosa.

Conductas habituales en el proceso de duelo de una persona presa:

Llorar, Suspirar, Buscar y llamar compañía, querer estar sola, evitar a la gente, Dormir poco o en exceso, Distracciones, Falta de concentración, Soñar o tener pesadillas, Falta de interés por el sexo, No parar de hacer cosas o apatía, Interiorizar mucha violencia y exteriorizarla contra algo o contra alguien, Buscar la muerte fruto de la desesperación, Tendencias suicidas, etc.

Sentimientos de la persona presa en el proceso de duelo:

-Negación / incredulidad ¡No puede ser verdad! ¡No es más que una horrible pesadilla!
-Insensibilidad Es como si le estuviese pasando a otro.
-Enojo /rabia /resentimiento ¿Por qué has permitido esto Dios mío? ¡ Los carceleros nos están matando! ¡Todos siguen viviendo como si nada hubiera pasado!
-Tristeza Siento una pena muy grande y todo me hace llorar.
-Miedo / angustia Estoy asustado/a ¿qué va a ser de mí?
-Culpa / auto reproches Si no hubiera robado...
-Soledad Me siento tan sola ahora. Es como si el mundo se hubiera acabado. -Alivio Gracias a Dios que todo ha terminado.
-Ambivalencia / cambios de humor Hace un momento me sentía agradecido a mis amigos por su ayuda y ahora los mandaría a todos a la mierda.

A continuación escribimos unas palabras que escribió un preso a su amada mientras estaba en la cárcel:

“Aquí no existe la ilusión, está en un lugar al que yo no puedo acceder, mi estado de ánimo es como una línea uniforme y más real que nunca. Sé que soy justo y honesto, pero también sé que mientras esté aquí, no soy nada, no puedo luchar contra nadie y no puedo ser yo mismo.”

la prisión


La prisión funciona sistemáticamente como excepción. Espacio de aislamiento de indeseables, aparece como una excrecencia del cuerpo social destinada a individuos anómalos. Crea, pues, ella misma el mito de la marginalidad cuando en realidad sus funciones son fundamentales al poder. La prisión no es una superestructura porque la sociedad capitalista se asienta sobre la forma jurídica del contrato: contrato laboral, contrato de compra venta, contrato social. Convertir el trabajo, la propiedad y la sociedad en algo natural constituye uno de los intentos constantes del poder. Por esto la prisión aparece como un espacio de privación de la libertad en sociedades que suscriben la Carta de los Derechos Humanos. La prisión es uno de los medios para naturalizar el contrato.

La prisión es también un modo de gestión de los ilegalismos populares. La burguesía penaliza con ella los ilegalismos de bienes, reservándose los ilegalismos de derecho -fraudes, evasiones fiscales, operaciones comerciales irregulares, etc.- para los cuales establecerá tribunales especiales y penas atenuadas. Modo genial de condenar a los que roban gallinas y de mostrar tolerancia con los que roban millones.

La prisión escuela del crimen. Desde Concepción Arenal a Victoria Kent, no ha cesado esta cantinela. Foucault se la ha tomado en serio: la prisión, con una multiplicidad de funciones específicas, es una fábrica de delincuentes que serán convenientemente dirigidos desde la Dirección General de Seguridad. ¿Existe mejor modo de moralizar al pueblo que provocando en él un movimiento de diferenciación respecto a delincuentes profesionales estratégicamente diseminados en su interior?. Los beneficios son dobles, ya que al mismo tiempo se favorece la presencia constante de la policía, los registros y cacheos, la representación del poder como defensor de los ciudadanos. Esos chivatos y confidentes a bajo sueldo posibilitarán una diferenciación entre lo político y lo común -presos comunes- que la prisión refuerza. En el fondo se trata de establecer una diferencia de nivel entre lo opinable (político) y lo natural (propiedad, orden, etc,...), circunscribiendo de este modo los espacios de lucha al debate parlamentario.

La prisión es también un laboratorio de las conductas. Opaca por fuera y transparente por dentro para criminólogos, médicos, psicólogos, psiquiatras, reeducadores de todo tipo que pueden ensayar en ella impunemente sus técnicas de control que van desde la terapia de conducta hasta la sutil manipulación psicoanalítica. Espacio de experimentación en el que se afinan estrategias totalitarias que se extenderán por todo el campo social.

La prisión complementa y converge así con otros lugares de encierro: el hospital, el cuartel. el manicomio, la escuela, el hospicio, la fábrica, la familia, etc..., espacios específicos de ejercitación de poderes y de producción de saberes que presentan, no obstante, elementos comunes, sacralización de los lazos jerárquicos, imposición de normas, demarcación espacio-temporal, tecnología disciplinaria ejercitada sobre los cuerpos para hacerlos dóciles a la voz de mando. La exactitud, la aplicación y la regularidad son las virtudes fundamentales que produce el tiempo disciplinario.

En la actualidad comprobamos una flexibilización de estos espacios no tanto por una ruptura con la lógica del poder sino por un refinamiento de las estrategias. Robert-Castel caracteriza a este proceso en el Psicoanalismo como "el gran desencierro". Se trata de la generalización de controles a toda la sociedad. Asistimos de esta manera a la realización práctica de la utopía planteada por Bentham al finalizar el siglo XVIII: ejercer un control milimétrico y una vigilancia constante sobre todos los ciudadanos. Foucault demuestra, por ejemplo, que cuando se planeaba la construcción de una cárcel modelo, lo que estaba en juego era la realización de una sociedad modelo. La prisión es, pues, un paradigma social".

Fernando Alvarez Uría



la personalidad antisocial de las cárceles


Personalidad antisocial: comportamiento crónico que viola los derechos de los demás, comienza antes de los 15 años, realiza actos incluso brutales y luego parece no sentir ningún remordimiento, fracaso persistente al realizar un trabajo. Trastornos de la personalidad (adaptado del Diagnostic and Statiscal Manual DSM-III, American Psychiatric Associations, APA, 1980).

Esto que sigue es la descripción de un experimento realizado en 1977 por Philip G.Zimbardo y sus colaboradores de la Universidad de Stanford (EE.UU.). Comprobaron la poderosa influencia de una situación y de la definición social de los roles dentro de esta situación (Zimbardo, Haney, Banks y Jaffe, 1977), para ello, reclutaron a 21 estudiantes universitarios emocionalmente estables, física y psicológicamente sanos, para tomar parte en un estudio sobre la vida en prisión.

Designaron al azar a 11 de ellos para actuar como vigilantes durante un período de dos semanas, y asignaron los otros 10 el papel de reclusos. Los “reclusos” fueron atrapados en un arresto-sorpresa, esposados, se les tomaron las huellas dactilares, fueron despiojados, se les dieron uniformes con números de identificación y se les puso en celdas de 2 metros por 3, sin ventanas y en el sótano de la universidad, que no estaba siendo utilizado. A los vigilantes se les distribuyeron uniformes de color caqui, gafas de sol reflectantes (para evitar el contacto visual con los reclusos), porros, silbatos, esposas y llaves. Las reglas que simulaban las restricciones y la despersonalización de la vida en prisión incluían que se exigiera a los reclusos obtener el permiso para escribir una carta, fumar un cigarrillo o ir al baño, y en muchos momentos se imponía silencio durante el día.

Los investigadores querían descubrir cómo reaccionarían estos voluntarios normales y sanos y sus respuestas nos darían las claves de la violencia en la vida real en prisión. Esto se cumplió de tal forma que tuvieron que liberar a 4 reclusos en los 5 primeros días y dar por finalizado el experimento por completo después de 6 días y 6 noches.

El experimento había funcionado demasiado bien. Estos dos grupos de voluntarios, que en un principio no presentaban personalidades distintas, desarrollaron rasgos relacionados con su condición de reclusos o vigilantes. Los cuatro reclusos liberados al principio sufrían depresión, ansiedad, y en uno de los casos, una erupción de tipo psicosomático en todo el cuerpo. Un recluso se declaró en huelga de hambre, otros se convirtieron en reclusos “modelo”, obedeciendo todas las órdenes por arbitrarias que fueran, otros cayeron en un profundo ensimismamiento.

Todos los vigilantes se volvieron autoritarios y abusivos en diversos grados. Algunos fueron “buenos chicos”, que hacían pequeños favores a los reclusos y se mostraban reacios a castigarles, y algunos eran “duros, pero justos”, haciendo estrictamente su trabajo tal como lo entendían. Sin embargo, un tercio de ellos, aproximadamente, actuaron de manera hostil, arbitraria y cruel, usando su nuevo poder para degradar y humillar a los reclusos. La forma más característica de actuar de los vigilantes hacia los reclusos era darles órdenes, amenazarles e insultarles. Los reclusos se fueron tornando pasivos, actuando y hablando cada vez menos, lo cual revertía en la atención en ellos mismos, comportándose según los clásicos modelos de indefensión aprendida.

Los investigadores se sorprendieron de “la relativa facilidad con la que podía también facilitarse una conducta sádica en personas normales, no sádicas, y por la cantidad de trastornos emocionales que aparecían en hombres jóvenes, seleccionados precisamente sobre la base de su estabilidad emocional”. El tipo de conducta anormal que se puso de evidencia durante aquellos 6 días parecía resultado directo del ambiente. En consecuencia, concluyen Zimbardo y sus colaboradores, “para cambiar la forma de comportamiento de los sujetos debemos descubrir los soportes institucionales que sustentan la conducta indeseable existente y después proyectar programas para alterar estos ambientes.

Aclarar que la Indefensión Aprendida se refiere a la convicción por parte de una persona de que ha perdido el control, de que nada de lo que haga reportará cambio alguno en ningún aspecto importante de su vida, por lo tanto desaparece toda motivación para intentarlo. Se muestran incapaces de aprender una respuesta que pudiera, de hecho, controlar el resultado; ya que probablemente el resultado será inmutable, traumático, tendrán miedo y caerán en una depresión.

Este experimento muestra con claridad las repercusiones físicas y principalmente psicológicas que padecen los individuos denominados en el experimento “reclusos”, además debemos tener en cuenta tres elementos: su participación voluntaria, conocen “lo irreal” de la situación y que se trata de un tiempo limitado; aún así, los diagnósticos encontrados son claros y sobrecogedores en un período de encierro reducido de 6 días. Es evidente, y nos estamos refiriendo a la actual situación de las personas presas en las cárceles del Estado Español, que el ser humano no debe asimilar tan alto nivel de violencia y crueldad de un igual, así se está llevando a cabo y la sociedad lo permite con su silencio.

Al hilo de este experimento, que no aprobamos como tal, en el que se somete a las personas a situaciones límite, se puede considerar y concluir diversas consecuencias que se están dando, de hecho, en seres humanos en cárceles reales. Mediante la utilización de métodos de castigo más duros que los expuestos en el experimento, y con una posibilidad de escape de esa situación prácticamente inexistente, agravada si cabe, por la exclusión a la que son sometidos por estar desfavorecido socio-económicamente, éstas personas padecen unas consecuencias psicológicas muy serias.

Desde la sociología y desde la psicología, no se sostiene este argumento, las repercusiones psicológicas de la encarcelación lejos de facilitar un desarrollo y crecimiento personal positivo, degradan, empobrecen, y dificultan enormemente a las personas que la sufren, obstaculizando su accesibilidad a la sociedad en condiciones adecuadas.

Deberíamos indagar e interrogarnos urgentemente sobre el estado de salud psíquica de la sociedad y de las personas que en ella vivimos. ¿Podemos permitir desde la comunidad que los gestores y administradores de justicia, de la ley y del castigo mantengan estas políticas, mientras nos hablan de reinserción y reeducación?. Maquiavélico asunto. Pedimos un poco de sensatez y de coherencia.

“Existen muchas maneras de matar: se puede apuñalar a alguien, dejarle morir de hambre, negarse a curarlo, condenarle a vivir en tugurios, conducirle al suicidio, hacerle trabajar hasta la muerte, o mandarlo a la guerra. Pocos de estos medios de exterminio están prohibidos en nuestra sociedad.”

Bertold Brecht

las cárceles son centros de exterminio


Hoy en día existen centros de exterminio de personas, pero se les llama cárceles o centros penitenciarios, y es que hay que ocultar o por lo menos disfrazar su verdadero cometido, por esta misma razón nunca permitirán que esos altos muros sean transparentes o tengan grietas por donde observar lo que en su interior ocurre ya que seria mostrar la dura realidad carcelaria ante la que se enfrentan las personas reclusas.

Desde ámbitos jurídicos de lo más diversos, siempre tomando como referencia a la constitución (la intocable), se nos quiere hacer creer que el verdadero sentido de la existencia de las cárceles no es otro que la reinserción, la preparación para las personas que han demostrado no saber convivir para una nueva etapa de su vida en sociedad, donde hayan aprendido los valores por los que se mueve la misma, a fin de que no ocasionen más problemas a la colectividad.

Se habla de reinserción como si el mantener encerrada a una persona fuera un garante de comportamientos posteriores más cívicos, suponiendo que el castigo recibido cala en la persona de tal manera que hace desistir de futuros actos al margen de la ley, o que en la prisión adquirirá los valores morales necesarios para su regreso a la sociedad.

El solo hecho de perder la libertad es a nuestro concepto inhumano y grave, pero si además le añadimos masificación, deficientes servicios sanitarios y sociales de alimentación e higiene, escasa o nula actividad cultural y deportiva, falta de trabajo, falta de aliciente, y sobre todo, cacheos arbitrarios, aislamientos, intervención de la correspondencia, dispersión, torturas, palizas, humillaciones, insultos, abusos de poder, y un largo etc. de aberraciones... Tendremos como resultado personas a las que a parte de arrebatarles la libertad se les roba la dignidad y se les detruye y aniquila la identidad en nombre de la justicia. Tendremos también centros penitenciarios convertidos en autenticos centros de exterminio donde se violan todos los derechos humanos.

Esta brutalidad institucional –terrorismo de estado para que quede claro- es ejercida por l@s funcionari@s de prisiones (autentic@s torturadores profesionales), que con la complicidad de psicólog@s, médicos, policías, jueces, instituciones y medios de comunicación, esconden y niegan (o relativizan cuando se descubre) la práctica diaria de un sistema cruel y sádico, diseñado para ser la tumba abierta de miles de personas presas.

Aun así, la mayoría de la gente se resiste a aceptar la realidad de la tortura, porque aceptar esa realidad nos obliga a replantearnos nuestra relación con el mundo, con la sociedad, y en última instancia, con el poder.

El problema de las cárceles es una muestra extrema y dramática de un problema más global. La causa última de los problemas de las cárceles, de los problemas de la inmensa mayoría de las personas que en ellas se encuentran, es la pobreza y la marginación que hay en nuestra sociedad, y por lo tanto la injusticia social generada por el sistema capitalista.

Si no lo sabías ahora ya lo sabes, pero puedes seguir recitando esa canalla frase interior. “Algo habrán hecho”. Aquí tienes estas palabras, porque quizás algun día alguien nos pregunte: “Y tu que hacías cuando esto ocurría?”

8 de agosto de 2007

en el vientre de la bestia


Nos gustaría reflexionar brevemente, en torno al tema de las condiciones sociales desde las cuales opera la lógica de la separación, de la segregación. Para ello nos apoyaremos en lo que hasta el momento ha aportado la sociología de la exclusión. Al fin y al cabo, aunque por lo general, se ha utilizado para analizar los problemas vinculados a la extrema pobreza, es también perfectamente aplicable al caso de las personas presas. La violación de derechos sociales y económicos que representa la miseria de miles de personas que luchan por sobrevivir en los meandros de una sociedad de hiperabundancia, es plenamente consistente con la violación de derechos que experimentan quienes se encuentran radicalmente excluidas y apartadas de todo y de todas.

Si la vida es conexión, contacto, relación..., entonces hemos de concluir que ser condenada a estar sola, es simplemente una forma de muerte (recordemos el poema: “¡qué solos se quedan los muertos!”). Si la riqueza nace y se multiplica en el encuentro..., ser forzada a la soledad es, por tanto, lo mismo que verse radicalmente empobrecida. Toda forma de encierro forzoso entraña muerte, sufrimiento, miseria. Si miramos en el diccionario, veremos que empobrecer, es sinónimo de arruinar, hundir, arrasar, asolar, demoler, talar, abatir, deshacer, destruir, aniquilar; estas son pues las consecuencias inevitables de la violencia ejercida mediante la separación radical, mediante el secuestro institucionalizado que representa la cárcel desde su invención.

Siendo esto así, quién puede ser sometida legítimamente a semejante proceso de deshumanización y embrutecimiento, ¿a quien se aísla?, ¿a quién se excluye? Tradicionalmente, la reclusión ha venido siendo aplicada a categorías concretas de personas. Históricamente el encierro ha venido a aplicarse a los locos, los pobres y los criminales. El manicomio, el hospicio y la cárcel, son tres especialidades institucionales que buscan en cierto modo un mismo objetivo: marcar distancias y levantar barreras –a ser posible infranqueables- entre la sociedad bien instalada y cuantos parecen amenazar el orden social general. Naturalmente, siempre se les encierra, “por su propio bien”, para ayudarles, más aún para ayudarles a ayudarse; liberándoles del peligro que representan para sí mismas y para las demás.

Así, el enfermo conlleva el peligro del contagio. La locura es contagiosa y se propaga si no se le contiene y se la represa tras de los muros del frenopático. La irrupción de la medicina en los dispositivos destinados a controlar las conductas divergentes, con toda su carga de pretensión diagnóstica y “científica”, llegó pronto también al mundo de la cárcel. Por eso mismo, no es casual que andando el tiempo, una intervención frente al crimen que se pretendía científica y positivista, promoviera en un momento dado la medicalización del delincuente. Surge así la imagen de la prisión en tanto que “enfermería del crimen”. Inventariar conductas desviadas, supone ante todo una mentalidad clínica que estudia patologías y trata de establecer tipologías de cuantas aparezcan como desadaptadas, inadaptadas y/o poco adaptadas al orden normativo de la mayoría. Desde esta visión clínica, el objetivo consiste exclusivamente en readaptar a la desadaptada, dejando inalterado el orden social desadaptador.

El encierro de las personas enfermas, y particularmente de las enfermas mentales, no es sino una forma particular de exorcizar y poner a buen recaudo los diversos tipos de pobres. La pobreza, y más aún si ha perdido el juicio, constituye siempre una amenaza, tanto desde el punto de vista económico como simbólico. Las instituciones de asistencia se dan la mano con las leyes de represión de la mendicidad y el vagabundeo. Tanto unas como otras, persiguen un fin semejante: la moralización de las masas, de acuerdo a los intereses de los grupos sociales dominantes.

Todo poder arroja un saldo de población excluida. Estas poblaciones marginales, necesariamente han de ser administradas, manejadas, controladas, si bien desde la óptica del verdaderamente poderoso representan una incomodidad más que un peligro real “son ‘basura’ social más que ‘dinamita’ social”. Como puso de relieve hace años Goffman, en el seno de las instituciones totales modernas, pululan toda una pléyade de expertos, de entre los cuales destacan las profesionales de la salud, física y mental, que consiguen, desde categorías diagnósticas que se reclaman objetivas y científicas, delimitar, fijar los contornos de lo que es normal y anormal, separar la realidad de los unos frente a la de los otros; clausurando la de estos últimos, prescribiéndoles el encierro como tratamiento, y, más importante aún, encerrándoles al interior de categorías diagnósticas que de modo inequívoco, los convierten en... otra cosa, distinta, diferente a la de las personas normales. De este segundo encierro, conceptual y simbólico les resultará aún más difícil salir una vez que se haya acabado la etapa de reclusión física del cuerpo.

Enmarcada dentro de esa lógica que exige el encierro y la reclusión de los miserables, la cárcel no es sino uno de tantos dispositivos de exclusión socio-espacial. Ahora bien, se trata de un espacio privilegiado dentro de la geografía de la exclusión. Estamos ante el lugar de reclusión más persistente, aquel en el que con más nitidez “se escucha la pena del metal, el sollozo del hierro”, la cárcel; “fábrica del llanto”, “telar de la lágrima” (M. Hernández). Cualquier proyecto “científico” de administración de los cuerpos y regulación de las conductas de quienes se encuentran encerradas en ella ha de ser inscrito dentro de esta lógica de control-represión de la que el modelo de Bentham, continúa siendo su expresión más ingenua y acabada. La cárcel moderna, y más aún la cárcel dotada de los últimos avances tecnológicos es el espacio ideal para excluir, segregar y finalmente aniquilar las identidades socialmente definidas como peligrosas.

denunciar la prisión


Escrito de 1998, desde dentro de la prisión, en el que se expresan los sentimientos que sobre la prisión, afloran en el preso que lucha y resiste.

PRISIÓN: es la opresión en su máxima expresión.

PRISIÓN: cortejo de humillaciones en su máxima expresión; es el total pisoteamiento de la dignidad humana; es el rodillo del individuo.

PRISIÓN: técnica inquisitorial, jaula cruel y sabia en el arte de punir, de castigar (dentro del castigo normal a través del arsenal horroroso de castigos en húmedas y heladas celdas disciplinarias, régimen 111º y otros), de infligir suplicio, de hacer sufrir. "el castigo es más un espejo de la prepotencia para el poder que el PODER se permite sobre los seres humanos: se abusa para demostrar que se posee" dice Barbara Pimenta en su libro "Prisiones de Mujeres".

PRISIÓN: Suplicio infamente, ignominioso, execrable.

PRISIÓN: es la violación permanente y sistemática de la voluntad del individuo; es ser registrado, anotado, descrito, biografiado, mesurado, comparado, evaluado, medido, observado, catalogado, contado, vigilado, espiado, dirigido, manipulado, normalizado, amonestado, exhortado, intimidado, chantajeado, provocado, perseguido.

PRISIÓN: local donde el derecho inalienable a la indignación es oprimido salvajemente con torturas, cuando no lo pueden amordazar a través de la lobotomía química: fuertes dosis de psicofármacos tres veces al día (mañana, mediodía y noche), dosis de LAGARTIL hasta que dejan al individuo durante tiempo caminando a rastras y, aún, con chantajes a la violación del derecho a las designadas medidas de flexibilidad de la condena, incluyendo amenazas varias, incluso del género: "...aún te vamos a trasladar a otra prisión lejos de tus familiares!..." o "...aún puedes aparecer colgado! ...mira por tu vida!..."

PRISIÓN: El poder sobre los cuerpos -los gestos cronometrados y comandados-, las miradas, los comportamientos, los movimientos, los trayectos; es el control por los horarios impuetos y las actividades subsecuentes. La prisión infantiliza, hace regredir, es la anulación del ser humano; es la pérdida de la capacidad de pensar, de reflexionar, de decidir mínimamente sobre la propia vida. "En realidad entrar en la institución prisional significa una servidumbre completa del cuerpo, de la vida, del tiempo, de la manifestación de los sentidos y hasta del pensamiento -que casi deja de ser libre- de quien allí entra", escribe Barbara Pimenta en la referida obra.

PRISIÓN: local donde l@s prisionesr@s están expuest@s a la arbitrariedad de los esbirros; donde reina el nepotismo, el favoritismo personal, las escandalosas discriminaciones; donde la solidaridad está criminalizada; donde se vive en la desconfianza permanentee, en la competición en la delación mutua, la violencia entre presos (y sobre los presos por parte de los esbirros), todo fomentado por el sistema con el objetivo de que la indignación refrenada no se oriente contra el sistema y pueda cuestionarlo.

PRISIÓN: factor crimogénico, escuela del crimen, fábrica de delincuencia, generadora de la proliferación de compartimentos delictivos y patológicos y, aún, de la disfuncionalidad familiar, causando dolor y destrucción en millares de familias.

PRISIÓN: es el sufrimiento sistemático y premeditado intento de aniquilamiento del físico, de la psique, de la personalidad y de la identidad del individuo bajo el fraude del discurso rehabilitador y resocializador.

PRISIÓN: es la pulsión de muerte, el arte de retener la vida en constante e intenso sufrimiento, subdividiéndola en mil muertes.

PRISIÓN: es "vivir" en la inseguridad, en ambiente constrictivo, hipócrita y hostil, donde la traición está al girar la espalda; es vegetar, "vivir" en el aburrimiento, en el aislamiento, en la soledad, en la incertidumbre, en la ansiedad, en atroz agonía, en estado de indefensión, en el miedo, en el desespero, en el estrés permanente, en taquicardia; es el sentir de sensaciones que nunca antes se han sentido: odio, rabia, impotencia; es el sentimiento a través del hambre, de la desnutrición silenciosa, de la privación de las relaciones sexuales con el sexo opuesto y de mil y una privaciones.

PRISIÓN: almacén de carne humana; es estar sometido a incubación de gérmenes, de viveros de enfermedades infecto-contagiosas que llevan al exterminio; es la vida sujeta, con cálculo de probabilidades, al riesgo elevadísimo de contagio mortal; es ver y sentir el horror del fin de uno mismo pasado mucho antes de la muerte; es la muerte lenta y dolorosa de seres condenados a la absoluta ferocidad de la indiferencia y el ostracismo; es el perder el control de las funciones vitales de su organismo, quedar con fobias, psicótico, neurótico, esquizofrénico, apático, depresivo; es la decadencia, la degradación, la putrefacción del individuo emparedado en vida; es la constante inducción al suicidio.

PRISIÓN: genocidio silenciosos entre muros; el infierno dantesco.

PRISIÓN: máquina infernal, demente, trituradora, de poder ciego y homicida, centro de locura, de tortura, de sufrimientos inútiles y gestión de la muerte.

"El sufrimiento de los encarcelados es un mal absoluto, puesto que es estéril. Existen sufrimientos que permiten un desarrollo personal y que le hacen a uno mejor. Pero todos los observadores están de acuerdo en afirmar que no resulta en absoluto creador el hecho de aislar a grupos de hombres para obligarlos a vegetar juntos, artificialmente, en un universo infantilizante y alienante que los deshumaniza y los des-socializa. Este sufrimiento es un sinsentido.", dicen los abolicionistas del sistema penal Louk Hulsman y Jacqueline Bernat de Celis. "Los muros de las prisiones no son tanto para evitar que el preso huya, pero si para esconder todo vejamen y masacre que se encuentran por detrás de ellos". "Las alternativas a la prisión deben ser forzósamente la no prisión". "La prevención es la justicia social y por eso la respuesta no son las prisiones pero sí una verdadera transformación social desde la raíz de los problemas".

PUNICIÓN NO ES LA SOLUCIÓN!!

A la punición contraponemos justicia social y libertad!

Queremos la abolición de la prisión! ¿Prisión?. Abolición!.

AMNISTÍA SOCIAL!

Mientras la abolición de la prisión no se verifique, exigimos subsidio de riesgo, seguro de vida e indemnización para nuestros familiares por cada muerte de un prisionero, además del cumplimiento del derecho a la salud, del derecho a la alimentación condigna, del derecho a la higiene, del derecho a una vida afectiva y sexual digna, el fin de la retención y censura de la correspondencia, el derecho a la promoción personal mediante la "educación" permanente, el derecho a condiciones de trabajo no esclavas y muchos otros contemplados en la ley, todavía violados sistemáticamente empezando por el gobierno hasta los esbirros.

Desde dentro, Abril de 1998. José Alberto